Las puertas son una pérdida de calidad de vida, pensaba Javier cuando salió el último cliente del estudio. El cliente quería una casa "normal", como la de sus padres, como la de sus amigos. Una casa tiene pasillos, una casa como las de toda la vida, ¿qué cojones es eso de una casa sin puertas?, había dicho. Y, encima, el zumo de piña que Javier había cogido hoy estaba amargo. Estupendo, ahora se me hinchará la tripa y me pasaré toda la tarde tirándome pedos, pensaba Javier. Y es que, al contrario que su familia, a Javier no le gustaba tirarse pedos, ni siquiera en privado.Menos mal que es viernes por la tarde, pensó. Ya no quedaba nadie en el estudio y Javier se reclinó en su silla modelo Verónica para ver cómo la luz bañaba el espacio con una melancolía especial. Treinta metros cuadrados con tres mesas, una salita de reuniones, un plotter y muchos, muchos libros de arquitectura. Al menos había conseguido eso.Su casa no estaba lejos, así que iba andando todos los días. Javier vivía en una urbanización de chalets pareados. Una promoción inmobiliaria de los noventa, con muchas puertas y muchos pasillos. Un horror arquitectónico del ladrillazo español. Cuando Dani se vaya, reformaré la casa, pensaba Javier día tras día cuando la veía asomarse al doblar la esquina, tiraré tabiques y lo haré todo diáfano. No habrá ninguna puerta. ¿Cómo voy a convencer a los clientes de que esa arquitectura es mejor, si no? Tengo que predicar con el ejemplo.Aunque a Dani le quedaban algunos años para irse de casa, y más como está el mercado, pensaba Javier. Sin embargo, Javier estaba convencido de que su hijo, que aún tenía quince años, no iba a ser uno de esos postadolescentes de treinta y tantos que todavía viven en casa de sus padres sin trabajo ni futuro. No, Dani se iba a comer el mundo. Era un chaval estupendo, responsable, aplicado, sensato y brillantemente inteligente, pero, sobre todo, era un buen tipo. Eso lo decía todo el mundo. Generoso sin esperar nada a cambio, sin esperar siquiera a que nadie le pida ser generoso.Cuando Javier llegó, Sara no estaba en casa, pero Dani estaba estudiando en su habitación. Así me gusta, hijo, pensó Javier. Aunque no se lo dijo para no molestarlo. Él recordaba a los catetos de sus padres tocar su puerta casi constantemente y felicitarle por lo bien que estudiaba. Pero Javier no era ningún cateto y sabía que eso molestaría a Dani.Javier tiró el zumo por la pila y se tocó la barriga. Pues no, no tenía gases. Menos mal. Quizá no fuera el zumo. Era verdad que estaba un poco amargo, pero, a lo mejor, no estaba malo del todo. Bueno, o puede que fuese el cliente aquel. Claro, después de eso ya no tenía estómago para nada. Y no es que fuera la primera bronca que Javier tenía con sus clientes, ni de lejos, pero, seguramente, fuese la yuxtaposición concatenada de haber tenido la bronca y, acto seguido, haber bebido del zumo lo que le provocó el ardor de estómago. Eso pensaba Javier. Y pensaba todo esto cuando se dio cuenta, mientras se tocaba la barriga con la mano, de que su mano se curvaba más de lo normal. Javier recordaba cuando, con el mismo gesto, sus dedos estaban firmes, sin ninguna curvatura, y sabía que de aquello hacía ya muchos años y era normal que su vientre no estuviera tan rígido como cuando iba a la universidad, y, sin embargo, hasta él mismo se sorprendió de la curvatura que había alcanzado su tripa. Si una viga flectara tanto, ya habría colapsado, pensó Javier. Y eso le hizo gracia, comparar su cuerpo con un artefacto arquitectónico, aunque, instantáneamente, se quedó pensando que, quizás, en el fondo, no hiciera tanta gracia.Javier oyó a Dani salir de su cuarto. Él estaba viendo la televisión, nada en particular, una película de Stathan, o de Van Damme, tirado en la cama de su habitación, y escuchó el grifo del baño. Dani se estaría aguando los ojos. Normal, pensó Javier, ya cansa la vista estudiar tantas horas, encima con el ordenador. Y pensaba que menos mal que él estudió la carrera dibujando a mano porque, aunque ahora proyectara con AutoCAD y Rhino y usara el ordenador todos los días, no tenía nada que ver con la de horas que se tiró en la facultad delante de los planos. Si hubiera tenido que hacerlo con un ordenador, pues, a lo mejor, pensaba, ahora estaría ciego.—¿Qué tal, papá?—¿Todo bien?—Pff— Dani apartó la vista y apretó ligeramente los labios.—Descansa un rato.—¡Buah! ¿Has visto los Mavs?—Ah, pues no. ¿Cómo han quedado?—¿Te lo digo?Después de una pausa, en la que Javier interpretó el anhelo de Dani, dijo:—¿Lo vemos?Y, entonces, puso el partido y los dos se acurrucaron en la cama esperando a que viniera Sara de trabajar. En ese momento, Javier dio gracias de que Dani tuviera el cuerpo de su madre y no el suyo y se pasó la mano por la cabeza calva.Javier estaba orgulloso de su hijo, orgulloso a rabiar, y, sin embargo, todo el orgullo que sentía se vino abajo la madrugada del domingo cuando un ruido despertó a Javier de golpe. Fue un ruido extraño, como un alarido de distintas voces que atravesaban el ladrillo hueco de sus tabiques. Javier siempre dormía profundamente y, sin embargo, ese ruido lo despertó.Dani y Sara estaban discutiendo en la entrada de la casa. Dani había tirado un cuadro al entrar y se había roto en mil pedazos.—¿Qué ha pasado?— preguntó Javier al llegar porque, entre el sueño y las voces que se lanzaban su mujer y su hijo, no estaba entendiendo nada.—Dani, ¿estás bien?—¡Cállate, puto gordo calvo!—¿Qué?—¿¡Qué!?— dijo Dani burlándose de su padre y, acto seguido, le escupió en la cara y se metió en su habitación dando un portazo.El chorretón de viscosidad alcalina impactó en su cara con tanta rapidez que a Javier, medio dormido aún y sin esperárselo, no le dio tiempo a cerrar los ojos del todo.Entonces sí que entendió Javier lo que pasaba. Lo entendió perfectamente mientras notaba la flema escurrir entre sus lagrimales. Miró a Sara completamente mudo, en shock, sin poder decir nada en absoluto, aterrorizado por la imagen de un loco, de un monstruo, de un asesino en potencia que acababa de pasar delante de él como si no le conociera, como si fuera la primera vez que lo veía en su vida, que le había proyectado una cantidad indeseada de saliva altamente cargada de mucosidad; la miro como para que Sara le sacase de la vergüenza que estaba pasando, como para que le ayudase a quitarse la baba de los poros de su piel, como para que Sara le dijera que estaba soñando, como para que Sara hiciera algo, algo, cualquier cosa, que él no era capaz de hacer en ese momento en el que estaba a punto de quebrarse, a punto de abandonar todo y dejarse caer al suelo, o tirarse por la ventana, lo mismo le daba, porque no era capaz de entender cómo ni por qué había pasado lo que había pasado, pero a Sara tampoco le salían las palabras.Javier no pudo dormir en lo que quedaba de noche. Ya se había limpiado y, sin embargo, le parecía notar algo de moco aún entre sus párpados. Dani esperaba entrar con sigilo y que nadie viera lo perjudicado que le había dejado el alcohol, pero no contaba con el ruido del cuadro al caerse. Eso pensaba Javier intentando explicar lo que pasó porque no entendía cómo alguien como Dani, tan sensible y educado, podía llegar a hacer algo como aquello.Será la adolescencia, cariño. Sara tampoco entendía nada. El niño responsable y cariñoso que conocían jamás habría escupido a su padre en la cara, pero es que el niño responsable y cariñoso que conocían jamás se habría emborrachado como parecía que lo había hecho. ¿Por qué llegó tan tarde a casa? ¿No nos dimos cuenta de que era tan tarde? Tiene quince años, es muy tarde para él, se decía Javier. Confiábamos en él. Yo confiaba en él. Se me pasó. Pensé que llegaría a su hora. Siempre había llegado a su hora, incluso cuando no estábamos atentos, incluso cuando estábamos dormidos. Siempre llegaba a su hora. Aunque, entre esos pensamientos, dentro de la cabeza de Javier empezó a fraguarse la idea de que, quizás, aquella no fuera la primera vez y de que, quizás, de lo único que fue la primera vez fue de que se rompiera el cuadro.A mediodía salió Dani de su habitación con la cabeza gacha y, después de un silencio muy largo, demasiado largo, pero necesario, pidió perdón. Con un hilo de voz. Por supuesto que Sara y Javier perdonaron a Dani que, en cuanto pronunció esas palabras, se puso a llorar, terriblemente avergonzado por lo que había hecho. Y, sin embargo, aunque todo se perdonó y todo se olvidó, la noche del domingo Javier tampoco pudo dormir.El lunes a primera hora, después de toda la noche en vela, mientras Javier aún recordaba en su cara el espesor del fluido alcohólico de su hijo, el cliente apareció en el estudio. Desde luego, no era el mejor día para Javier para discutir con un cliente sobre diseño de la vivienda, sobre la Casa Farnsworth o la Ville Savoye, sobre ventanas corridas y espacios diáfanos. Al idiota ese no le importaba lo más mínimo Le Corbusier y sólo quería una fachada de ladrillo y muchas puertas. Javier salió agotado de aquello, aunque lo bueno fue que el cansancio de la bronca, y tantas horas sin dormir, le hicieron olvidar sus problemas domésticos y se metió en la cama con verdaderas ganas.Javier estaba en casa de sus padres pero había algo raro. Mamá convirtió la habitación en una especie de cuarto trastero, pensaba. Y, sin embargo, esa habitación no era un cuarto trastero. Ni siquiera era la habitación que dejó al irse a su propia casa cuando terminó la carrera. No. La habitación parecía como cuando tenía quince años y eso a Javier le resultaba bastante imposible en aquel momento.Entonces, sonó un ruido. Un sonido lejano que Javier interpretó como de una persona, un poco lejos de donde él estaba. Aunque sonaba dentro de la casa, de eso Javier estaba bastante seguro.—¿Hola?No hubo respuesta más que la repetición del ruido. Un ruido que a Javier no le parecía, desde luego, una respuesta a nada.Javier salió de su habitación y, a medida que se acercaba, el ruido se fue convirtiendo en una voz. Y, aunque Javier no entendía muy bien por qué, no podía evitar el impulso, la necesidad, la atracción que le producía esa voz que sabía que conocía, aunque no recordaba de dónde. O de cuándo.Javier bajó la escalera y fue cuando vio a su hijo colgado del techo por las muñecas. Los tobillos estaban atados también al suelo para que no se pudiera mover y estaba totalmente desnudo. Era él el que chillaba, era de él la voz que Javier conocía. Pero no era una voz atractiva como le había parecido al principio sino uno de los chillidos más agónicos que Javier había oído en su vida.Y todavía había algo en lo que Javier tardó en reparar. A la altura del sexo de Dani, había alguien. Miraba el sexo de su hijo así que a Javier le daba la espalda. Estaba haciendo algo, eso es seguro. Lo único que Javier podía ver era que el movimiento de sus codos coincidía con los gritos de su hijo.—¡Eh! ¡Eh! ¡Para ya! ¡¡Déjalo en paz!!Y el hombre se giró.Estaba introduciendo la punta de un pincho oxidado por el glande de su hijo y, sin embargo, eso no fue lo que más le horrorizó. Lo más terrible fue que Javier vio que era él mismo el que estaba haciendo eso.De golpe, Javier se despertó y miró alrededor. Estaba sudando. Sara dormía a su lado.Javier no entendía qué había pasado. Era un sueño, sí, pero parecía tan real. Bueno, no real, vamos, la casa de mis padres estaba como cuando yo tenía quince años y eso no es real, pero todo lo demás... Javier recordaba haber soñado con Dani antes de que naciera, cuando Sara estaba embarazada, de hecho, y recordaba haberlo hecho, específicamente, en dos momentos antes de que Dani naciera: la noche después de que Sara le dijera que estaba embarazada y la noche antes de que Sara diera a luz. La segunda, a Javier, siempre le había parecido rara. No sabía que iba a nacer el día siguiente, pero, bueno, son cosas que, a lo mejor, se intuyen, se decía. Pero el caso es que Javier soñó, aquellas veces, cosas agradables.Al día siguiente, en el estudio, Javier seguía intentando racionalizarlo todo. No había dormido nada y su capacidad de raciocinio estaba un poco mermada, aunque, bueno, a su pesar, él estaba preparado para las noches en vela después de su etapa universitaria. Seguro que tiene que ver con cuando me escupió, pero ¿por qué ese sueño? ¿Por qué algo tan... Tan...? ¿Será que Dani, como siempre ha sido un chico formal, ahora con el escupitajo y los insultos y la borrachera, lo veo como una amenaza? Eso no tiene sentido. Entonces, en la pesadilla, quien sufre, debería ser yo. No, no puede ser. Tiene que ser al contrario, ¿no? Si, al final, él es el que sufre, tiene que ser, ya que la lógica anterior me parece razonable, porque yo quiero que sufra. De hecho, soy yo el que está causando eso.Ante esta revelación, Javier se quedó callado un buen rato. Muy largo, mirando la pantalla con una imagen 3D renderizándose, aunque Javier no estaba mirando la imagen. ¡No! No es eso. ¿Cómo va a ser eso? ¿Yo queriendo atacar a mi hijo? ¿Por qué? Es lo más importante de mi vida. Es de lo que estoy más orgulloso. ¿Cómo va a ser eso? No, no, no, no puede ser. Que no, que no. Jajaja, hacer sufrir a Dani, ¡vaya chorrada!Sin embargo, Javier seguía durmiendo mal por las noches. Él sabía, aunque no sabía cómo lo sabía, que volvería a pasar. Sabía que, si dormía profundamente, volvería a ver a su hijo siendo torturado. Y, seguramente, siendo torturado por él, que era lo que más miedo le daba. Así que se pasó las siguientes noches durmiendo intermitentemente por el horror de que aquella imagen terrorífica resonara aún más en el interior de su cabeza.—Cariño, ¿estás bien?— le dijo Sara durante una cena —pareces cansado.—Estoy… Estoy trabajando mucho— Javier intentaba mirar en el fondo de los ojos de su mujer para averiguar si a ella le estaba pasando lo mismo. Se moría de ganas de poder contárselo a ella, pero, claro, sólo si a ella le pasaba también.—¿No duermes bien?—Puff, es un cliente…— fue lo único que salió de la boca de Javier después de pensar bien la respuesta y, entonces, empezó a hablar de ese tipo desgraciado, pequeñito, feo y con bigote ralo que quería una puta casa de promoción inmobiliaria. ¡Pues para eso no te vienes a un estudio de arquitectura, joder!, decía Javier encendiéndose cada vez más, para eso te vas y te compras cualquier mierda que ya esté construida en una inmobiliaria. Nosotros hacemos otras cosas. Gente que quiere vivir mejor, claro. Calidad de vida. Y este indeseable tiene dinero, eh. Ojo. Que no es por eso. Es que es un cutre. Ya está.—Buah, qué loosers. Vosotros sí que sois unos cutres— dijo Dani mientras se levantaba de la mesa y se iba a su habitación.Javier no recordaba cómo había llegado a la cama, fue un momento entre bochornoso y olvidable, aunque sí recordaba que Sara se levantó de inmediato y se fue a la habitación. ¿Qué le está pasando a Dani? ¿Ahora va a ser así siempre? Parecía arrepentido cuando lo de aquella noche, pero ahora veo que no. Claro, y nosotros no estamos preparados, pensaba Javier mientras daba vueltas en la cama intentando dormirse. Javier se moría de sueño, los ojos le picaban hasta que casi no se podía aguantar y, sin embargo, no podía dejar de mover el dedo corazón de la mano izquierda.¿Quién se cree que es, de todos modos? Nos llama cutres a nosotros y ¿él quién es? Ni que hubiera hecho nada. Además, que eso no es razón para nada. Vale que viene Moneo y me llama cutre y le digo "sí, tienes razón". Pero es Moneo. Bueno, vale, ¿pero Dani? Te voy a decir una cosa; estudiar tampoco es para tanto. Jajaja, ¡qué pringado! Lleva toda su vida estudiando como si fuera muy difícil, pero, vamos, ¿qué son? ¿Ecuaciones de segundo grado? No me jodas. Vaya chorrada. Será idiota. Panoli. Empollón. ¡Desagradecido! ¡Bah! ¡Vaya pringado! Jajaja. Javier se relajaba a medida que seguía con esa retaíla y, de hecho, por fin le iba entrando el sueño. ¿Sabes qué? Quizá se lo merece. Sí. Quizá se merece que alguien le dé una reprimenda. Quizá no está mal que, a este crío inmaduro, alguien le dé su merecido. Y con estos pensamientos, Javier se quedó dormido.Durmió toda la noche. Del tirón. Sin moverse siquiera. Sin desvelarse en absoluto. Toda la noche en la fase más profunda del sueño. Por eso durmió tantas horas y, por eso, no se despertó con los gritos que dio Dani en el baño cuando se vio los brazos.Fue Sara la que despertó a Javier. Tuvo que moverle con mucha fuerza. Si Javier ya dormía como un tronco un día normal, aquel día parecía que había entrado en coma. Pero, finalmente, despertó y, nada más despertarse, Sara le hizo salir corriendo de la cama y entrar en la habitación de Dani.Dani tenía los antebrazos en carne viva. Con unas ampollas de un rojo purulento que, incluso a simple vista, se las veía palpitar. Dani no aguantaba el dolor. Chillaba con muchísima fuerza diciendo que se iba a morir. Sara no entendía nada y no dejaba de moverse de un lado para otro; a por agua, a por toallas, a por el teléfono. Sin embargo, Javier se quedó paralizado en una esquina de la habitación de Dani. Él se había dormido feliz aquella noche pensando que no estaría mal disfrutar un poco maltratando al faltón de su hijo, a ver si, en sueños, aprendía una lección. Y disfrutó. En ese momento lo recordó todo. Dani tumbado sobre un potro, con la cintura encadenada y los brazos estirados y amordazados. Recordaba también el aceite hirviendo que vertía sobre sus antebrazos y recordaba la dulzura que le producía ver derretirse la carne como si fuera…El escalofrío que recorrió el cuerpo de Javier casi le tira al suelo. No, no puede ser. ¿Qué es esto? No, yo no quería… ¿Qué ha pasado? Pero esto es imposible. Javier no podía ni articular una palabra mientras se iba poniendo cada vez más pálido y empezaba a notar que se iba a desmayar. ¿He sido yo? ¿Yo he hecho esto? Tengo que decirlo. ¡No! ¿¡Qué haces, imbécil!? ¿Cómo vas a decir que has sido tú? ¿Eres gilipollas? ¿Y qué cojones hago? Pues te callas la puta boca y punto. Javier no podía dejar de mirar la carne crujiente de su hijo. Los sudores fríos le recorrían la cara. No he podido ser yo. No he podido serlo. Yo no soy sonámbulo. Además, si me hubiera levantado en mitad de la noche, Sara lo habría notado. Sara siempre lo nota. Ella tiene el sueño ligero. Lo habría notado. Pero no ha notado nada. Se habría levantado y, si… Si…. Si hubiera… Si hubiera hecho eso, ¡me habría detenido! No me habría dejado volver a la cama y… Además, que Dani se habría despertado. No, no, es imposible, Dani habría gritado en el momento en que el aceite tocara su piel. Bueno, ¿y dónde está el potro? ¿Y por qué no había gritado Dani? ¿Por qué había gritado cuando se despertó y se miró en el espejo del baño y no antes? ¿Sucedió en el momento exacto en el que se miró? ¿Fue una combustión espontánea?Pasaron todo el día en el hospital, hablando con médicos e, incluso, con la policía, pero nadie podía dar ninguna explicación. Por supuesto, Javier no dijo nada de su sueño. ¿He sido yo? Javier seguía torturándose con la misma pregunta. Tenía que haber sido él. Pero era imposible. No había aceite en ningún lado, además. Bueno, y el potro… ¿Y si todo era una alucinación? ¿Y si no había potro en la habitación porque, en realidad, no había potro en ningún lado?, pensaba Javier. El sueño era tan vívido que Javier había creído que cada detalle debía estar allí en la realidad porque, desde luego, él lo vivió como una realidad. Y, entonces, se inventó el potro, el aceite, el contexto de un sueño. Sobre todo, el contexto de un sueño, porque, en un sueño, da igual lo que suceda, estás a salvo, pensó Javier. Podemos soñar lo que queramos que no nos va a pasar nada, ni a nosotros ni a las personas con las que soñemos. Desde luego, él sabía, con todo su convencimiento, que jamás en la vida atacaría a su hijo lo más mínimo, nada en absoluto. Sin embargo, en el contexto de un sueño,… Bueno, la gente sueña lo que le da la gana, ¿no? Y tampoco pasa nada. Además, si no hubiera sido tan cabrón, esa era la palabra, ¡cabrón!, él no habría soñado con querer hacerle nada. ¡No, no, no! ¡Deja de pensar eso, joder! ¡Deja de pensar eso!—¿Qué me pasa, papá?Era la primera frase que decía en los tres días que llevaban encerrados en el hospital.—No lo sé. No lo sabe nadie aún… Pero tú no te preocupes, ¿vale?—¿Pero por qué ha pasado esto?Javier no supo cómo responder más allá de un encogimiento de hombros en medio de la tensión del silencio.Una semana después del "accidente", los tres volvieron a casa sin ningún tipo de explicación. Dani había dejado de hablar desde aquellas pocas palabras que le dirigió a su padre y Sara apenas decía nada. En ese momento, entre el silencio, la pesadumbre y el dolor, Javier fue plenamente consciente de que aquello no podía volver a pasar. Así que, esa noche, no durmió ni un solo segundo.Dani iba delante de él, corriendo como podía, con los tobillos engrilletados, en un barrizal de lodo negro. Los pies de Dani, cargados con el extra del hierro forjado, se hundían a cada paso dejando que la podredumbre entrara en las infectadas heridas de sus tobillos. Tras él, Javier lo azotaba con un látigo. Con saña, con dureza, con fuerza, con toda la fuerza de la que su cuerpo era capaz, lanzaba el látigo una y otra vez por encima de su cabeza para flagelar el cuerpo de Dani. Le dolía ya el brazo de tanto azotar, pero la excitación que sentía al hacerlo le daba más fuerzas. De repente, la carne se abrió y chorretones de sangre brotaron por el cuero podrido de su espalda.¡No! Javier se despertó encima del teclado de su ordenador. En el estudio. ¡Mierda! Ya era tarde. ¿Cuánto llevo así? No había nadie en el estudio. ¡Joder, joder, joder! Marcó el número de Sara.—¡Sara! ¿¡Dani está bien!?—Sí, está como siempre, ¿te queda mucho?—¿¡Pero está bien!? ¿Lo has vuelto a ver? ¡Míralo! ¡Vete a mirarlo! ¡Mírale la espalda!—¿Qué pasa, Javier?—Vete a mirarlo y dime que está bien.Un silencio eterno de espera mientras, a través del teléfono, Javier oía los pasos de Sara.—Está bien.—¿La espalda?—No le pasa nada en la espalda. ¿Qué ha ocurrido?Javier colgó. Suspiró aliviado. Entonces, el otro día, en casa, sí había sido él. Se despertó y le quemó los brazos. Debería dormir en el estudio.Aún así, fue a casa. No podía decir a Sara que iba a dormir en el estudio así de golpe. Pensaría que estaba loco. Pero él no estaba loco, no, porque las pesadillas que tiene con Dani se cumplen. Se cumplieron, de hecho. Eso sucedió. Sucedió de verdad, no se lo estaba inventando. Las noches que pasaron en el hospital fueron reales. Pero no podía explicárselo a Sara. Lo que hizo fue esperar a que ella se durmiera y se levantó de la cama, muy despacio y terriblemente cansado, para dar vueltas por el salón toda la noche y evitar dormirse.Un espacio oscuro en el que no se oía nada. Nada en absoluto. Javier había leído que algo se tiene que oír siempre. De hecho, recordaba que, en el interior de las pirámides, no se oía nada y lo que sucedía, pasados unos minutos, era que oías tu propio corazón. Y la sangre recorrer tus venas. Pero ahí no se oía nada. Javier se preguntó si las cámaras anecoicas amortiguaban también el sonido del corazón. A lo mejor estaba en una cámara anecoica. Lo que sí recordaba de ellas era que uno se volvía loco ahí dentro.—No, no estás loco. Esto es muy real— dijo una voz. La voz salió de algún sitio, pero se oyó en todo el espacio. Una voz ronca, como sangrienta, como flemática.—¿Hola?— Javier estaba aterrorizado, pero escuchar algo en ese lugar le dio cierta confianza.—No es a ti a quien debes torturar— dijo la voz.—¿Qué?Un cuerpo negro de unos tres metros de altura se personó delante de Javier. Era un cuerpo deforme, con los hombros desencajados, desproporcionadamente separados, y unos brazos largos y extremadamente delgados. No tenía cara. La cabeza era una masa informe de materia negra que se derretía constantemente. Entonces, de la masa de la cabeza, aparecieron unos ojos y una boca. Pero los ojos estaban vacíos. Un par de agujeros que atravesaban el cráneo.—Déjame hacerlo— dijo el monstruo.—¿Quién eres?— a Javier no le salía más que un hilillo de voz.—Dilo, Javier, dilo y yo me encargaré de tu hijo.Eran las cuatro de la mañana, aún no había nadie despierto. La casa parecía sorprendentemente similar a su casa. ¡Deja de decir tonterías, Javier! ¡Es tu puta casa! ¿Cómo lo sabes? ¿¡Tú eres tonto!? Mira alrededor. Ya, como si fuera la primera vez. El caso es que Javier se sentía mucho mejor en aquel lugar negro que en el salón de su casa por mucho que hubiera un… Un… Javier empezó a pensar que, quizá, aquello fuera el sueño. Y eso le pareció una idea lógica. ¿Qué lógica ni que leches en vinagre, tío? Sí, mira, tiene todo el sentido, ¿vale? Yo quiero despertar, quiero irme de aquí, esto es un infierno, ¿vale? Esto es la pesadilla, ¿vale? Esto es el sueño, ¿vale? Esto es falso. ¡Tú eres tonto! ¿Cómo va a ser esto el sueño? ¿Te parece esto un puto sueño? ¿Es que la puta cámara anecoica te parece más real acaso que tu salón, el salón de toda la vida? Pues, mira, no lo sé. Es que ya no lo sé. Me parecía muy real la habitación del potro y… ¿Y qué, Javier? ¡Eso era un sueño! ¡Eso es! Eso era un sueño. Entonces, lo que parece real, en realidad, es una proyección mental de mi cerebro para convencerme de que me quede aquí. Así que voy a dormir… Para despertar.—¿Estás seguro?Javier reconoció la voz. Pero ya no estaba en la cámara, ya no estaba en el espacio negro. La voz que sonaba por todos lados y que salía de una boca sin garganta. Pero allí sólo había voz. No había cuerpo.Javier cogió una bolsa de deporte con ropa para dos días y le dijo, rápidamente, a Sara que iba a dormir en el estudio. Sara no lo entendió en absoluto, pero Javier no la dejó ni tiempo para que entendiera, pensara, respondiera nada. Se lo dijo y cerró la puerta. Ya llamaré, dijo. O no. Eso quizá no lo dijo. Ya no se acordaba. Acababa de suceder y ya no se acordaba. Da igual, me da igual. No pienses en eso. Te vas y punto. Esta noche no ha pasado nada, pero ¿quién sabe? ¿Quién sabe?, pensaba Javier, y se acurrucaba en una esquina de su estudio para dormir. No puede pasar nada. Estoy lejos, estoy en el estudio, estoy… Los brazos de Dani se quemaron, eso sí fue de verdad. ¿¡Pero cómo pasó!? Aún nadie les había dado ninguna explicación y él tampoco la había encontrado. La culpa la tienes tú, Dani, si no hubieras empezado… Si no hubieras llegado borracho a casa, si no hubieras dicho lo de puto… Puto…—Puto gordo calvo— añadió la voz.¡Eso! No, pero… No. Todo es culpa tuya. ¿Qué quieres? ¿Me estás volviendo loco? ¿Quieres que me vuelva loco? ¿Quieres que haga…? ¿¡Qué!? ¿Qué quieres que le haga a mi hijo? ¿Quieres que lo mate?—No.Pues mejor. Disfruta todo lo que quieras porque ahora voy a estar aquí. Acaba conmigo si quieres, pero no conseguirás nada porque no he cogido las llaves, no puedo entrar en casa y hacer nada a mi hijo. ¡Te jodes!—No soy yo el que quiere dañarle.Javier cabalgaba a lomos de un caballo negro sobre un camino de tierra. A ambos lados del camino no había nada. Un espacio negro inexistente. Javier llegó a una roca en medio del terreno y descabalgó. Sobre la roca, tumbado, yacía el cuerpo de Dani, boca abajo, desnudo, con el culo mirando hacia el caballo. Javier sabía lo que quería, no sabía cómo lo sabía, pero sabía lo que quería y, es más, sabía que lo quería. Con todas sus fuerzas. Entonces el caballo se puso sobre sus dos piernas traseras como siguiendo las órdenes de Javier que, de alguna manera, le estaba transmitiendo mentalmente, y sacó su miembro viril dispuesto a penetrar a Dani con toda su…Sudaba, pero, por lo menos, sabía que Dani estaba seguro estando él en el estudio. Javier recibió una llamada de Sara. Mierda. A ver cómo le contaba el haberse ido sin dar ninguna explicación. Cogió el teléfono.—¡Javier! Tienes que venir, ¡por favor!—¿Qué?—¡¡Dani tiene la cadera rota!!Javier no sabía si colgó él primero o fue Sara. Él había soñado que un caballo le penetraba y Dani había despertado con la cadera destrozada por el enorme miembro. ¿¡Pero qué es esto!? ¿Magia? No puede ser. La magia no existe. ¿Cómo va a ser magia? ¿Pero qué bobada es esta? Seguro que Sara no ha querido decir eso, seguro que quería decir otra cosa. Es más, ¿y si, en realidad, ha dicho otra cosa? ¿Y si no ha dicho eso de la cadera? ¿Y si no ha llamado? Javier cogió el móvil para comprobar las últimas llamadas, pero, en seguida, lo soltó. Da igual, da igual. No puede ser. Pero… Si no ha llamado, entonces, es para que yo vaya. Eso es. Me lo estoy imaginando. Otra vez. Él quiere que vaya con mi hijo y lo mate. Pues no voy a ir. Te vas a quedar con las ganas, imbécil. Te he pillado. Ahí te quedas. ¿Lo pasas bien torturándome? ¿Lo pasas bien? Porque así te vas a quedar.—Ese niño debe morir, Javier. Lo tiene todo gracias a vosotros y no os dirige ni una pizca de cariño.A lo último, Javier no supo qué responder.—Y tú se lo permites. No se lo permitas, Javier. Es un engendro…El monstruo apareció delante de Javier y a Javier se le subió el corazón a la garganta. Ya no entendía nada. ¿Qué está pasando? ¿Entonces esto es el sueño? No. Eso era el estudio. Estaban las mesas, estaban los libros de arquitectura, estaba todo. Era muy real, era demasiado real. Pero el monstruo también era muy real. No, no era una proyección de su mente. Eso estaba ahí. Estaba ahí con él. El monstruo estaba ahí. No era un espacio… No era el monstruo que se encontró aquella vez en la cámara anecoica, no, no era él. Aquello… cuando decía que si aquello era real, era broma. Sabía que aquello era un sueño. Pero ahora... Eso sí era real.Javier se meó en los pantalones. Se puso pálido y, en ese momento, no supo muy bien qué día era. Llevaba mucho sin dormir, llevaba días, semanas sin dormir. ¿Cómo voy a llevar semanas? Estaría muerto y no estoy muerto. No puedo llevar semanas despierto, llevo… Llevo… ¡Joder! El cansancio le empezó a llegar de golpe. Todo junto. Todo a la vez. Como si llevase, de verdad, semanas sin dormir y se estuviese descomponiendo.Y el monstruo seguía delante de él.—¿Qué has hecho?— Javier pensó, de repente, que, si no sabía muy bien cuándo estaba y tampoco podía saber seguro dónde estaba, no podía saber qué había pasado con Dani.—Era lo que tú querías.—¿Qué?—A veces, la gente necesita ayuda para hacer ciertas cosas.Entonces, Javier gritó. Gritó con todas sus fuerzas hasta que se le rompieron las cuerdas y el grito le supo a sangre. Quería callar la idea de que ese monstruo hubiera matado a Dani, de que hubiera encontrado la forma de manipularle y de alterar sus pesadillas, desquiciarle y convertirlo en un demente perturbado y así poder llegar hasta Dani. No quería oír aquello retumbar dentro de su cabeza. Gritó y pensó que gritando se calmaría. No se calmó, pero lo que sí sucedió fue que, con el cansancio acumulado, Javier acabó desmayándose y, por lo menos, perdiendo todo el conocimiento que le recordara a su hijo.Se despertó en su cama. Aquel espacio sí que le parecía real. Su pijama empapado de sudor parecía real. La luz de la mañana entraba por su ventana y Javier no recordaba cómo había llegado allí, pero se levantó corriendo y fue a la habitación de su hijo. Dani estaba vivo. Javier no se lo podía creer. Estaba a punto de llorar, pero no quería despertarlo. ¡Sí, qué cojones! Claro que sí. Se puso a llorar y soltó toda la angustia que tenía dentro. Era su mayor orgullo. Lo que más quería. Lo abrazó con todas sus fuerzas y Dani se despertó. Le dijo alguna bordería que Javier no escuchó, pero eso no era importante. Lo importante era que ya había acabado todo. Había salvado a su hijo y ya, por fin, podía dormir. Javier venció al monstruo.Ya ha terminado todo, se decía Javier al salir de la habitación de su hijo. Pero, cuando volvió a su habitación, en el espejo que cuelga al lado de su cama, vio cómo una gran mancha de sangre llenaba, casi por completo, la camiseta de su pijama. Aunque él no estaba herido. Una turbación repentina atravesó su cuerpo al ver cómo la misma sangre de su camiseta recorría los dedos de sus manos. Javier se asustó pensando cómo podía haber llegado esa sangre ahí. ¿Qué has hecho? Fue lo primero y más inmediato que le cruzó el pensamiento en ese momento.Ya ha terminado todo, se repitió, ya ha terminado todo. Y, entonces, cerró los ojos. Cuando los volvió a abrir, la sangre ya no estaba. Javier sonrió, contento de que, aquel día, su mayor problema fuera discutir con el cliente de las puertas y los pasillos.
sábado, 11 de enero de 2020
Amor de padre
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